jueves, 24 de marzo de 2011

Oscar Romero Galdámez


Hoy, día 24 de marzo, se cumple el XXXI aniversario del brutal asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, arzobispo del Salvador. Hablar de Monseñor Romero es asombrarse ante una de las personalidades con mayor envergadura humana y moral del siglo XX. Escribir sobre un héroe de verdad, produce vértigo, sobre todo si quien se atreve, lo hace desde la tranquilidad burguesa de un país acomodado y rico. Pero la ocasión lo merece, siendo justo y necesario, recordar a quien un día como hoy, hace treinta y un años, fue asesinado por defender un ideal tan subversivo como la Justicia.
El buen Obispo Romero desempeñó su mandato pastoral en la diócesis del Salvador, entre los años 1977 y 1980, convirtiéndose durante ese tiempo en uno de los más implacables defensores de la dignidad del ser humano. El Salvador, vivía en ese momento un clima de tremendas desigualdades sociales, con una gran masa de desheredados, gobernada por una élite pudiente que no quería perder sus privilegios. A la injusticia social se le unía una sistemática represión por parte de un brutal aparato policial, militar y paramilitar al servicio de la clase dirigente. Al frente de la  Presidencia de la República salvadoreña se encontraba el general Carlos Humberto Romero, que en sospechoso pucherazo, sustituyó al coronel Arturo Armando Molina.  Durante esos tumultuosos años, la represión estatal torturó y asesinó a miles de personas, incluidos niños inocentes.  En ese ambiente de extrema violencia y de injusticia, el arzobispo Oscar Romero alzó con firmeza su voz en nombre de los que no la tenían, y con un coraje extraordinario, denunció la sistemática violación de los derechos fundamentales.Si denuncio y condeno la injusticia es porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado”; “El Evangelio me impulsa a hacerlo y en su nombre estoy dispuesto a ir a los tribunales, a la cárcel y a la muerte”. El sufrido pueblo salvadoreño lo tomó como su más valioso referente, considerándolo un buen padre que cuida de sus hijos. Su ministerio episcopal fue intenso, lleno de discursos, homilías y cartas pastorales, donde interpretando la realidad de los hechos a la luz del Evangelio, arremetió valientemente contra los que estaban masacrando a su propio pueblo. Testimonio vivo de su magisterio son sus propias palabras: “Hermanos,  ¡Como quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: El Cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones! Así resulta muy repugnante. El Cristianismo es una persona, que me ama tanto, que me reclama mi amor. El Cristianismo es Cristo”, 6 de noviembre de 1977. “Una Iglesia que no sufre persecución, sino que está disfrutando los privilegios y el apoyo de la burguesía, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”, 11 de marzo de 1979. “Muchos quisieran que el pobre siempre dijera que es voluntad de Dios vivir pobre. No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada. No puede ser de Dios. De Dios es la voluntad de que todos sus hijos sean felices”, 10 de septiembre de 1979. “Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no le gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresías en el corazón no es cristiana. Una Iglesia que se instalara solo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvide el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera Iglesia de nuestro divino Redentor”, 4 de diciembre de 1977.
Son interpelaciones directas a la conciencia humana, especialmente a los que nos llamamos cristianos. Ni se amedrentó, ni se doblegó ante un feroz poder que le amenazaba de muerte. Fue vilipendiado y tachado de comunista, revolucionario y subversivo. Pero en realidad el Obispo era un estorbo, un incordio que intentaba buscar caminos de Paz y Justicia. Estaba del lado más evangélico posible, el de los pobres, el de las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. Su martirio no fue el primero, ni el último, se unió a una larga y penosa lista de unas 75.000 personas, que entre los años setenta y hasta 1992, murieron durante el conflicto salvadoreño.
En la actualidad se encuentra en proceso de beatificación, camino de venerarlo pronto en los altares. Popularmente, en el continente americano, se le conoce como San Romero de América. En 1979 fue nominado al Premio Nobel de la Paz.
Desde estas humildes letras, mi homenaje a este hombre valiente y bueno, campeón de los derechos humanos y fiel apóstol de Jesús.   

Termino con un video donde se pueden escuchar las últimas palabras pronunciadas por Oscar Romero, las que firmaron su sentencia de muerte. Fueron proféticas. Al día siguiente, mientras celebraba la Eucaristía, le asesinaron a tiros...  Y Romero, mezcló su sangre con la de Cristo para siempre.     



1 comentario:

  1. Un gran hombre, si todos fuéramos igual de coherente que él, el mundo seria distinto.

    ResponderEliminar